viernes, 26 de febrero de 2010

LA MARAVILLA DE UN PEQUEÑO BOSQUE


La Bondad del Supremo es una fantasía hecha realidad.
La vida, como un manantial, se expresa rebosante en cada hoja, cada grillo que canta, cada abeja que vuela. También lo dice la caricia del viento y el caer de la lluvia.

Hoy he visto que un insecto es una maravilla que vuela, que un árbol tiene un silencioso diálogo con su sol.
En la naturaleza palpamos la belleza de Dios a manos llenas. Su amor se irradia en las plantas, las nubes, los montes y los vientos. Sus bellas obras llenan toda el alma.
*-*

Hoy he sentido el regocijo de caminar en un bosque cercano entre mis amigas las plantas. Son criaturas besadas por el aire, por la luz y por el agua. La majestad de la Creación está llena de sus encantos.

La gratitud me invade en cada poro. Hay tanta belleza a cada palmo.
Me fascino con la hormiga, tan preciosa, con su voluntad de trabajo en armonía.
Me embeleso con la abeja tan absorta en sus flores.
La suavidad de una hoja me subyuga. La dicha me acompaña.
Y en mi respiración percibo la presencia divina que me anima.

Me regocijo ante este instante tan único, tan precioso.
Me extasía una colina cercana al igual que una montaña.
Una gota me dice tanto como la lluvia entera.

Tu Creación es tan bella, Divino Dador, con cada centímetro de tierra creado con excelencia. Tanta belleza. Como la del atardecer con su invitación a la calma de la noche.

Tanta hermosura.
Los trigales, las pencas, los yarumos y las pomas.
Las moras, humildes y sabrosas.
Los mangos, en su sabor, perfectos.
Las naranjas, tan redondas.
El viento, tan grandioso y elegante.
Hoy, Dador, has formado de nuevo lo creado, para cada uno de nosotros.
Hoy, una vez más, los tonos lilas, violetas, rojos, amarillos son reflejados por las flores.
Hoy, me cautivó el musgo que trepa por la piedra. Y el hongo anaranjado que crece en la madera.
Cuánta belleza en el murmullo del riachuelo, en el volar de las torcazas, en cada árbol que regala el verde de sus hojas.

Cada flor amarilla devuelve el dorado que el sol le ha regalado.
El helecho desplegó ante mis ojos la simetría en sus ramas y bajo sus hojas quiso ocultarme sus esporas.
Y también crecían vigorosos el pino, el trébol y la enredadera.
Hoy el bosque me reveló su fragancia.
Y la noche vino y mi corazón, al regresar a casa, rebosó de gratitud.

Hoy vi el beso que el viento daba a la rosa, y la fragancia que ella regalaba al viento.
Y caminé en el bosque y el niño que hay en mí saltó de alegría al contemplar la espiga que repartía sus semillas por los aires. Hoy todas las hojas me dijeron “somos nuevas”. Y las vi preciosas.
Y disfruté de la nube cargada de gris que pregonaba lluvias.

Hoy un pequeño monte, cubierto de plantas, me hizo evidente el amor del Divino Amado.
Yo hubiera querido ser una mariposa de muchos colores y embriagarme en el aroma de tanta dulzura.
Y Dios estaba en mi corazón y fue como un día en el paraíso.

Y tú, Divino Dador, además, aquel día pintaste un arrebol dorado con matices de color naranja. Y luego vino la noche cargada de estrellas.
Gracias por darnos cada día este precioso planeta

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